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lunes, 10 de febrero de 2014

De las aulas malagueñas al Stockholm Resilience Centre de Suecia

Por Pacelli Torres Valderrama

Corresponsal Chicamocha News en Europa


Fernando Remolina, Investigador malagueño en Suecia.

Muchos de los antiguos profesores de la entonces llamada Escuela Anexa a la Normal Francisco de Paula Santander y del Colegio Nacional Custodio García Rovira, recuerdan sin duda a los hermanos Remolina, quienes ocupaban siempre los primeros puestos y se destacaban por igual en todas las áreas del saber.

Con gran alegría recibí en días pasados un mensaje de Fernando, el segundo de ellos, quien actualmente cursa su segunda Maestría en el Stockholm Resilience Centre, un prestigioso centro de investigación de Estocolmo, y me hizo rememorar los días de mi infancia. Doña Victoria de Remolina hacía unos ponqués exquisitos e impartía cursos de pastelería a otras amas de casa, mi mamá entre ellas. Don Pablo Remolina, el padre, trabajaba en la Compañía Colombiana de Tabaco, al igual que mi papá (mi papá pasó luego a la Electrificadora de Santander).

Cuando conocí a los Remolina, vivían el barrio Tajamar y en varias oportunidades estuve de visita en su casa. Después se mudaron al centro, una casa de por medio a la mía, lo que me permitió entablar una estrecha amistad con Emilio, el mayor de los hermanos, y siendo de la misma edad estuvimos en varios cursos juntos durante la primaria. Recuerdo que en las tardes solíamos ir a la biblioteca municipal a leer cuentos de Tintín y que nunca pude ganarle en ajedrez. Luego la familia se mudó cerca al Colcustodio y perdí contacto con ellos, aunque no del todo.

Emilio tiene un doctorado en Matemáticas y Sistemas y actualmente trabaja en California (Estados Unidos) en temas de inteligencia artificial.

Nelson, el tercero de los hermanos, es abogado y se desempeña como profesor e investigador en la Universidad de Los Andes, además está terminando su doctorado en Derecho. Ángela, la menor de la familia, es también una destacada abogada y trabaja con el Estado.

A continuación presento apartes de una entrevista vía e-mail que Fernando, en medio de sus múltiples ocupaciones, tuvo la gentileza de responder:

Chicamocha News (ChN) ¿Cómo cree que la formación recibida durante la primaria y el bachillerato en Málaga contribuyeron a su éxito académico?

Fernando Remolina (FR): Considero que tuve la fortuna de haber estudiado en la Anexa y el Custodio. En ambas escuelas siempre estuve rodeado de buenos amigos que se interesaron por el estudio y de profesores que tenían un interés genuino por la enseñanza. Aunque de todos tengo el mejor recuerdo, hubo profesores que marcaron mi vida de manera muy especial, como lo fueron Anaya, García, “Serruchito” y Tavera. Además de su gran conocimiento, ellos inculcaban la importancia de la disciplina y la curiosidad por el conocimiento. Mis mejores horas en la biblioteca del Custodio las dedicaba a hacer las tareas para estos profesores. También fue muy importante en mi formación el profesor Arturo Moreno, quien una y otra vez me explicaba los movimientos técnicos que se requieren para jugar baloncesto. Este profesor fue muy importante para mí, porque solo podía ser seleccionado en el equipo de baloncesto del Custodio, si me esforzaba mucho; era difícil entrar a este equipo, porque en mi época había grandes jugadores. Esto me sirvió más adelante porque para entrar a las universidades donde he estudiado, había una gran competencia para ser admitido como estudiante.

ChN: ¿Qué es lo que más recuerda de Málaga?

FR: Lo que más recuerdo son los amigos que me dejó para toda la vida, aunque pocas veces nos veamos. El otro gran recuerdo son las quebradas de la Magnolia y de Tajamar. De niño tuve la afición de ir a pescar con la mano unos peces que llamábamos “chocas” y “jaboneros”. Además de la nostalgia por estas dos quebradas, ellas despertaron en mí la curiosidad por las ciencias naturales. Más que pescar, iba a observar peces en los pequeños pozos de estas quebradas, los que aparecían cuando me quedaba quieto por más de cinco minutos. Otra curiosidad que tuve fue saber dónde nacían estas quebradas. Nunca llegué a su nacimiento.

ChN: ¿Qué curso tomó su vida, una vez que hubo terminado su bachillerato?

FR: En mi familia siempre se cultivó el amor por el estudio. Era de algo que nunca hablábamos pero cada uno lo sentía a su manera. Mi interés fueron las ciencias naturales. Después de terminar el bachillerato en el Custodio, inicié mi carrera de Biología en la Universidad Nacional, después fui a la Universidad de Texas a realizar una maestría en Geografía. Los siguientes años estuve trabajando e investigando sobre áreas protegidas y redes ecológicas en Bogotá. Ahora me encuentro realizando otra maestría en Resiliencia Socioecológica, aplicada al desarrollo sostenible.

ChN: ¿Cuál es el principal tema de su investigación?

FR: Estoy interesado en el bienestar humano que brindan las áreas verdes, (parques, jardines, áreas protegidas, etc.) en las ciudades. En este momento, alrededor del 50% de la población humana está en áreas urbanas y se proyecta que el 60-70% de nosotros estaremos viviendo en ellas antes del 2050. A pesar de esta transición, cada uno de nosotros tiene una relación con la naturaleza que puede perderse y con ello también podemos perder calidad de vida. Por eso, mi interés es restablecer esta conexión con la naturaleza, teniendo más y mejores áreas verdes urbanas.

ChN: ¿Qué planes tiene para el futuro?

FR: Después de mi maestría quiero hacer un doctorado en el tema que les comenté anteriormente. Estoy muy interesado en conocer las experiencias de aquellas ciudades que han logrado altos niveles de vida en términos ambientales y ver qué conocimiento se puede transmitir a aquellas que tienen dificultades en lograrlo.

ChN: ¿Qué consejo daría a los jóvenes que quieran seguir sus pasos?

FR: Aunque cada quien tiene su propio curso de vida, diría que lo primero que uno podría hacer es saber realmente qué quiere hacer con ella, sin pensar en las posibles dificultades.

domingo, 2 de febrero de 2014

Reflexiones sobre la riqueza

Por Pacelli Torres

Corresponsal del Chicamocha News en Europa

El escritor inglés Douglas Adams coloca a uno de sus personajes en una posición privilegiada. Desde el espacio exterior observa al género humano y trata de comprender los motivos de su comportamiento. La tarea no es nada fácil para este alienígena, mitad científico, mitad filósofo. Lleno de asombro les describe a sus superiores cómo en el planeta Tierra, sus habitantes han tomado como prioritario coleccionar pequeños pedazos de papel, la vida para la mayoría gira en torno a conseguir tantos de estos trozos de papel como sea posible y no escatiman para ello en sacrificar su propia salud, su familia, y, de ser necesario, usar toda clase de artilugios para engañar a sus semejantes y terminar despojándolos de sus propios pedazos de papel.

Hoy en día el dinero ya no consiste en recortes rectangulares de papel con la denominación en las esquinas y algún personaje ilustre en el centro. Pero esto no es consuelo en absoluto. Antiguamente la plata podía verse y tocarse. En los tiempos en que vivimos, el dinero electrónico gana cada vez más espacio y para un extraterrestre que nos visitara, sería incomprensible ver cómo nos peleamos por los números que aparecen en una pantalla.

Lo peor, es que colectivamente hemos adoptado la convención de estimar el “éxito” por el número de cifras que tiene nuestra cuenta bancaria, o por el simple hecho de tener una. Desde niños nos inculcaron que esto nos aseguraría una posición social y algunos lo tomaron literalmente como la llave de la felicidad, entendida ésta como una vida fácil en la que lo único que importa es satisfacer nuestros caprichos.

Pero aquí está el gran peligro. Entre más dinero se tiene, más caprichos aparecen y estos son cada vez más difíciles de saciar. Entonces trabajamos más, o nos vemos envueltos en transacciones truculentas, queriendo llegar al estatus que creemos merecer y cuando pensamos que lo hemos logrado, miramos al vecino y nos damos cuenta de que tiene más, entonces hacemos un mayor esfuerzo, pero la televisión nos muestra contundentemente que hay esferas que nunca podremos alcanzar. De ahí viene la desilusión y aquello que pensamos que nos daría la felicidad, se convierte en nuestra mayor amargura, pues comprendemos que nunca tendremos suficiente.

¿Qué hacer?

¿Cuál es entonces el sentido de la existencia?

La respuesta a la primera pregunta es sencilla: simplifiquemos nuestras necesidades; como dice el adagio popular: “Rico no es aquel que tiene mucho, sino aquel que menos necesita.”

Para responder a la segunda, requerimos algo de introspección, de encontrarnos a nosotros mismos. Cuando centramos nuestra vida en las posesiones materiales, lo que realmente es permanente se olvida, vivimos como ciegos en un mundo evanescente e ilusorio. Supongo que mis lectoras y lectores habrán oído alguna vez de labios de un campesino o alguien de procedencia humilde aquello de que, “a la tumba nada nos llevamos.” De hecho, es posible que en el más allá tengamos que responder por los métodos empleados para amasar nuestra fortuna o sufriremos viendo a otros gastarla sin escrúpulos.

La posición social también pasa y muy tarde comprenderemos que debíamos haber escuchado más a la gente humilde, pues a menudo, la verdadera sabiduría surge a raíz de las dificultades que nos hacen estar siempre alerta, nos inducen a ver las cosas desde varios puntos de vista, nos dan incentivos y nos enseñan a ser recursivos.

“Lo único que nos llevamos de esta vida son nuestras propias acciones, ellas constituyen el tesoro del espíritu”.

La riqueza personal no siempre es una maldición, bien utilizada puede ser fuente de crecimiento espiritual. Si somos generosos con los semejantes, si ayudamos al de pesada carga, podemos mejorarnos a nosotros mismos. Pero aquí debemos ser muy cuidadosos, las limosnas dadas sin corazón hieren más de lo que ayudan.

“La visión de Sir Launfal” es un hermoso poema escrito por James Russell Lowell (1819-1891). En él se cuenta de un caballero que sale para las cruzadas en busca del Santo Grial, (el Grial es la copa que usó Cristo en la última cena). Al salir de su castillo, el caballero se encuentra a un leproso y le bota una moneda. El leproso no levanta la moneda y le dice que mejor es la bendición del pobre al oro del rico. Pasa el tiempo y Sir Launfal pierde su castillo y todo su dinero. De nuevo encuentra al leproso, pero esta vez actúa de forma diferente, se compadece de su sufrimiento y le ofrece un trozo de pan y agua en un cuenco viejo. Entonces ocurre una transformación, el leproso es en verdad el Cristo resplandeciente, quien le dice que el Grial, que tanto buscara, es justamente aquel cuenco viejo, y añade: “La limosna sin el sentimiento de quien da, es vacía, quien ofrece de corazón alimenta a tres con su acción: a sí mismo, al semejante necesitado y a mí”.