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viernes, 26 de enero de 2018

Por un sándwich mueren 16 millones de personas


​E
n un parque de Belgrado, el presidente de Serbia inauguró un monumento en honor a Gavrilo Princip.


Por Pacelli Torres

Corresponsal del Chicamocha News en Europa

Espero no haber alarmado tanto a mis lectoras y lectores con el titular. El hecho es real, sólo que sucedió hace más de cien años, y no en nuestro continente. Para comprender el contexto de lo que pasó, debemos remontarnos a Europa en el año 1914. El imperio Astro-Húngaro se había extendido hasta ocupar gran parte de Europa Central. Algunos países que formaban parte de lo que luego se conocería como Yugoslavia pertenecían ya al imperio. Serbia, sin embargo, continuaba siendo renuente a dejarse absorber.

Sucedió que en junio de 1914, el archiduque de Austria, Franz Ferdinand, quien era el heredero al trono del imperio, visitaba la ciudad de Sarajevo y un grupo de nacionalistas serbios orquestó un plan para acabar con su vida.

El atentado, sin embargo, fue un desastre. La intención era arrojar una bomba cargada de cianuro al coche del futuro emperador, pero la bomba cayó en un rio y no explotó, así que la comitiva pudo emprender la huida.

Quiso el destino que uno de los participantes del atentado, de nombre Gavrilo Princip, frustrado por lo mal que había salido el plan, decidió ir a una cafetería a calmar los ánimos y ordenó un sándwich.

La comitiva del archiduque, que estaba a la huida, tomó una calle equivocada y se detuvo para darse la vuelta justo en frente de la cafetería donde Gavrilo se estaba comiendo el sándwich. Éste no lo pensó dos veces, dejó el sándwich sobre la mesa y caminó con calma hasta el coche en el que estaba Franz Ferdinand y a unos pasos de distancia le disparó en el cuello.

En los días que siguieron al asesinato del archiduque, el imperio le puso un ultimátum a Serbia, si no le entregaban a los autores intelectuales del crimen, insinuando que había sido planeado por el estado serbio, anexarían a Serbia al imperio.

El imperio Astro-Húngaro, sin embargo, no se imaginó que Rusia saliera en defensa de Serbia, con quien tenía lazos lingüísticos. El imperio tampoco estaba solo, en el norte estaban los alemanes, con quienes tenía una alianza. Los alemanes se habían estado fortaleciendo militarmente y vieron en el conflicto la oportunidad de atacar a su enemigo Rusia con quien tenían disputas territoriales. Pero como Rusia estaba aliada con Francia, decidieron atacar a los dos al mismo tiempo. Para llegar a Francia, no obstante debían pasar por Bélgica.

En este punto de la historia no es claro si los alemanes ignoraban que Bélgica tenía un acuerdo con Gran Bretaña, o si simplemente pensaron que un acuerdo de hacía más de 70 años no iba a tener relevancia. El hecho es que Gran Bretaña le declaró también la guerra a Alemania.

Y así se desató la primera guerra mundial que dejó un saldo de aproximadamente 16 millones de personas muertas. En realidad es muy difícil tener cifras exactas, pero el consenso es que el número de militares caídos oscila entre 8 y 10 millones, y el de civiles entre 6 y 7 millones.

Aquí es donde volvemos a mi titular. Si Gavrilo no hubiera decidido comerse ese sándwich a esa hora y en esa cafetería, la primera guerra mundial no se hubiera desencadenado de la forma que sucedió.

Bien lo decía uno de los dichos que aprendí en la primaria: Por un clavo se perdió una herradura, por una herradura se perdió un caballo, por un caballo se perdió un caballero, por un caballero se perdió una batalla y por una batalla se perdió un reino.

Grandes acontecimientos suceden a menudo por detalles aparentemente insignificantes.

En el año 2015, en un parque de Belgrado, el presidente de Serbia inauguró un monumento en honor a Gavrilo Princip, y lo llamó un héroe que luchó por la independencia serbia. Obviamente causando gran controversia entre los otros protagonistas de la guerra.

Gavrilo tenía 19 años el día del atentado, la pena de muerte se aplicaba a mayores de 20, así que fue trasladado a una prisión en lo que hoy es la República Checa donde murió de tuberculosis en 1918, poco antes de que terminara la primera guerra mundial, iniciada por el hecho de haberse querido comer un sándwich.