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domingo, 21 de julio de 2013

“La maldición del dragón”

Lucha entre el unicornio y el dragón.

(Relato original de Pacelli Torres)

Corresponsal Chicamocha News en Europa

Poco después de mi excursión a la vereda Buenavista donde visitara a mi amigo Flavio, noté una pequeña incrustación en mi mano izquierda. Al cabo de unos días ésta se había hinchado y producía un agudo dolor.

"Se trata de una espina, la herida está infectada" me dijo el doctor cuando me examinó y me ordenó tomar antibióticos y algo para el dolor.

En el camino a casa me encontré con Gabriela, de quien se decía que había crecido entre gitanos y que era bruja.

"Esa mano no se ve nada bien", me dijo, "yo tengo la pomada precisa para esos males.", y me llevó a su casa.

Gabriela y sus amigos vivían a las afueras del pueblo, tenían un grupo de teatro experimental al que llamaban Rayos de Almagá. Aparentemente habíamos llegado en medio de un ensayo, pues todos estaban vestidos con máscaras y trajes multicolores.

Hicieron una pequeña pausa para presentarse. "Almagá es una estrella en la constelación de Visertá", me explicó el líder del grupo, un hombre mayor de barba blanca que vestía una túnica color cobre. Su cara estaba adornada con signos planetarios.

Gabriela me condujo hasta una habitación separada de la casa y me dejó allí mientras iba a buscar su caja de ungüentos. Las paredes estaban adornadas con tres grandes pinturas. En la primera había una torre que emergía del mar. Un camino ascendente le daba varias vueltas y conducía a un tenebroso castillo. La segunda representaba un árbol encorvado y la luna llena. Y en la tercera, que fue la que más me llamó la atención, había un ser diminuto sentado entre los juncos a la orilla de un río, se trataba de un duende o algo parecido. Me acerqué a la pintura para ver de cerca la expresión de aquel singular personaje, pero fui distraído por unos golpes de tambor que venían del patio.

Por la ventana pude ver que se trataba del ensayo del grupo de teatro. Había una cueva hecha con papel de color rojizo y de ella emergió un ser con alas de buitre que caminaba sobre zancos. Con cada golpe del tambor daba un paso. Al principio se movía lentamente como si estuviera dudando, pero luego el ritmo se aceleró y comenzó una enérgica danza. De repente la música se detuvo. El ser alado quedó petrificado con el rostro escondido entre las alas y al levantar la cabeza lentamente, sus ojos encontraron los míos. En ellos reconocí a Gabriela.

"La marca del dragón está aquí", dijo. Y todos se abalanzaron contra mí. Muy tarde comprendí que lo que había en mi mano no era una espina sino una escama de dragón. Pero mi infortunio no terminó allí. Con horror descubrí que mis atacantes no estaban disfrazados, aquella era su verdadera apariencia.

"Yo soy una víctima del dragón", grité, pero no me escucharon. Mi visión se opacó con tantos colores moviéndose a mi alrededor y perdí el conocimiento.

Convertido en un murciélago dentro de una jaula de madera atada al lomo de un buey, acompañando la procesión de seres de ultratumba, vagué largo tiempo por un mundo fantástico de cielo amarillo y ocre.

Mi alma había perdido toda esperanza.

Una tarde, sin embargo, me sorprendí al reconocer el paisaje que había visto en una de las pinturas y que tanto había llamado mi atención. El pequeño duende no estaba, pero los juncos y el río eran inconfundibles.

El candado de mi jaula se movió y al darme la vuelta descubrí al duende que trataba de liberarme.

"Dame una pista me dijo" necesito una pista para poder salvarte.". Entonces como en un sueño, recordé el nombre del grupo de teatro.

"Almagá", le dije y repetí: "Almagá, en la constelación de Visertá."

El duende anotó las palabras en una libreta y sonrió.

"Te felicito", me dijo, "haz ganado tu libertad.". Pero sus palabras me llegaron como un eco, pues me encontré descendiendo tranquilo por uno de mis caminos favoritos.

Efectivamente, el duende había cambiado el orden de las letras y en su libreta aparecían: Málaga y Servitá.