Por Pacelli Torres
Corresponsal del Chicamocha News en Europa
El término "maquiavélico" lo usamos en el lenguaje diario, queriendo significar algo malintencionado o con un segundo propósito. El origen de este apelativo data del año 1513, en el que Nicolás Maquiavelo, estando en la cárcel, escribió su libro "El príncipe". En él se presentan las directrices de cómo un gobernante debe conducir a su pueblo.
Nicolás Maquiavelo (1469-1527) nació en el pequeño pueblo de San Casciano, a unos 15 kilómetros de Florencia, Italia. Sus padres eran ambos de familias cultas y de orígenes nobiliarios, pero con pocos recursos a causa de las deudas del padre.
Entre 1494 y 1512 Maquiavelo estuvo a cargo de una oficina pública. Viajó a varias cortes en Francia, Alemania y otras ciudades-estado italianas en misiones diplomáticas. En 1512 fue encarcelado por un breve periodo en Florencia, y después fue exiliado y despachado a San Casciano, bajo la acusación de haber conspirado contra los Medici, esta era una poderosa e influyente familia del Renacimiento en Florencia, entre cuyos miembros se destacaron cuatro papas, numerosos dirigentes florentinos, miembros de las casas reales de Francia e Inglaterra y que sobresalieron por ser mecenas, patrocinando desinteresadamente a los artistas y científicos de su época. El Príncipe fue dedicado a Lorenzo II de Medici, duque de Urbino, en respuesta a dicha acusación, y a modo de regalo.
Según Maquiavelo, el ejercicio de la política contradice con frecuencia la moral y no puede guiarse por ella. La conservación del Estado obliga a obrar, cuando sea necesario, en contra de la fe, la caridad, la humanidad y la religión. Esto requiere, en contradicción a la filosofía de Platón, dejar de idealizar gobiernos y ciudades para inclinarse a estudiar el pueblo y su comportamiento real.
A continuación resumo y comento algunos de los postulados presentados en El Príncipe:
1. Quien trata de ser bueno todo el tiempo está condenado a la ruina. Un gobernante debe aprender a NO ser bueno y usar ese conocimiento, o abstenerse de usarlo, según le convenga.
En las campañas políticas lo vemos a menudo. Para lograr el progreso y el bienestar, un candidato nunca nos habla de reforzar los valores personales, de poner amor en todo lo que hacemos, de mantener armonía con los semejantes, de ayudarnos los unos a los otros y trabajar por la paz donde quiere que estemos. Si alguien les dijera a los potenciales votantes que son dueños de su propio destino y que depende de ellos desarrollar sus propias ideas, nadie votaría por él. En cambio, si promete crear empleos y que la plata aparecerá de repente como por arte de magia, a sabiendas de que eso nunca se cumple, el pueblo siempre votará por él. El político sabe que no está siendo honesto, pero si fuera honesto no conseguiría votos. La verdad es que somos potencialmente perezosos y si alguien se ofrece a hacer todo por nosotros, aceptamos gustosos su oferta. A eso se refiere Maquiavelo cuando habla de conocer la verdadera naturaleza del pueblo.
2. La gente común siempre se fija en las apariencias, y el pueblo está formado, principalmente, por gente común.
Este punto tiene que ver con el anterior, lo importante no es ser bueno, sino pretender que se es.
3. Las masas deben ser bien tratadas o aplastadas. Los términos medios deben evitarse. El pueblo se puede curar de heridas leves, pero no de heridas profundas. El daño que se hace, por lo tanto, debe ser de tal naturaleza que quien lo hace no tenga miedo de ningún tipo de venganza.
4. Un gobernante debe delegar las tareas difíciles y mantener las fáciles para él.
Maquiavelo pone el ejemplo de César Borgia. Cuando el pueblo se sublevó contra él, Borgia comisionó a un pacificador que brutalmente dominó a las masas. Una vez que el pueblo había sido apaciguado, Borgia llevó a juicio al pacificador y éste fue condenado a una muerte igualmente brutal. Enseguida organizó festines para todos y el pueblo estuvo otra vez del lado de su mandatario.
El gran consejo que Maquiavelo da a los gobernantes, es que es mejor ser temido que amado. Lamentablemente algunos toman este consejo como un dogma y lo aplican, no sólo en la política sino en las relaciones interpersonales y tristemente también en la educación.