“HISTORIA DE DEVO, ASPIRANTE A CHAMÁN”.
(Relato original de Pacelli Torres Valderrama) (*)
Safo, en su juventud, quiso ser chamán de su aldea. Sin embargo, no pudo superar la
prueba impuesta por sus maestros. Debía internarse en el bosque misterioso de Sael y
extraer de él uno de los secretos sagrados. Lo intentó dos veces pero en ambas fracasó.
Ahora su hijo, Devo, había cumplido los 17 años y había sido postulado como candidato
para ser chamán y debía someterse a la misma prueba.
El bosque de Sael era una región selvática al otro lado de la colina sagrada de Mesta,
de donde se contaba habían salido los primeros habitantes de la aldea. Cada 17 años,
siguiendo el ritmo de las cigarras, se enviaba a seis o siete candidatos a chamán para
que sobrevivieran allí durante una semana, de ellos, sólo unos cuantos habían regresado,
del resto jamás se volvió a saber. Aquellos que entraron en comunicación directa con
los espíritus del bosque y recibieron su sabiduría eran proclamados chamanes, quienes
volvían sin nada que decir, como había sido el caso de Safo, se consideraban fracasados,
aunque sus hijos adquirían el derecho de postularse como candidato a chamán.
Muchas leyendas maravillosas sobre el bosque misterioso habían pasado de generación
en generación y eran contadas en las noches de luna nueva en la aldea. Devo las había
oído de niño y también Safo y su padre. Todos y cada uno de los habitantes de la aldea
y sus ancestros sabían de los terribles peligros de Sael, el bosque encantado.
Aquella mañana, muy temprano, el consejo de ancianos despidió al joven junto a
la piedra negra que marcaba el fin del mundo conocido y el inicio de la región de
Sael. Allí estaba también Safo que con una bendición le entregó la daga que le había
acompañado a él y a su abuelo en la misma travesía. Devo miró los ojos llorosos de
su padre y sin decir palabra emprendió la marcha. Debía sobrevivir una semana sin
provisión ni equipaje alguno, en comunión directa con los elementos y los espíritus de
la jungla.
Siguió la dirección rumbo a la colina de Mesta. Debía llegar a su cumbre antes del
atardecer y guarecerse en una de sus cuevas, según el consejo del gran chamán. El
ascenso no fue nada fácil, el terreno era bastante escarpado y no se veía posibilidad de
conseguir alimento. Un sol inclemente lo siguió durante todo el trayecto y poco antes
del atardecer por fin se encontró en la cima de la colina y pudo contemplar la extensión
del bosque sagrado de Sael al otro lado. Mirando hacia atrás divisó su aldea, como un
punto lejano, y pensó en su padre. Exploró la desolada cumbre y pronto reconoció las
cavernas. Aquellas, sin embargo, no eran formaciones naturales, eran las ruinas de una
antigua civilización, pero esto es algo que en aquella época nadie sospechaba. Devo
buscó albergue en un nicho tallado en la roca. Para sorpresa suya encontró allí agua y
comida fresca y como era costumbre en su tribu la dividió en tres porciones, comió una
y guardó las otras dos para el día siguiente, en el que debería descender de la sierra e
internarse en el bosque. Trató de entrar en comunicación con el espiritu guardián de la
montaña, pero fue inútil. Finalmente se sumergió en un sueño profundo cuyo encanto
duró hasta pasada la media noche. Entonces salió de la cueva y contempló el enorme
cielo estrellado. "Cada estrella es una historia", le había dicho su padre, "y cuando
regreses, una se encenderá por ti". Parado allí solo ante la inmensidad de la noche,
se le ocurrió la idea de que quizá Safo había dejado para él la comida en la cueva,
pero aquello no era posible, su padre ya no era joven y además cojeaba de la pierna
izquierda, aunque tal vez con un esfuerzo......Estuvo despierto por más de una hora, su
mente ocupada en múltiples conjeturas, y luego volvió a dormir.
Los sonidos del bosque lo despertaron antes del amanecer, eran diferentes a los que
se escuchaban en la aldea, más sonoros y claros y en su cadencia misteriosa creyó oír
el llamado del bosque. Comió la segunda parte de sus provisiones. En su mente se
despidió de nuevo de la aldea y suspiró. Una bruma blanca ascendía y ocultaba grandes
partes del bosque. Los rayos del sol iluminaron pronto su camino, y le permitieron
entrever el trayecto que seguiría para sumergirse en aquellas tierras incógnitas que
yacen no sólo allende la colina sagrada sino también más allá de la comprensión
humana.
Cuando por fin llegó al bosque se encontró ante una tupida vegetación, había plantas
conocidas, aunque la mayoría eran completamente extrañas para él. Con cada paso
una gran cantidad de insectos huían volando, saltando corriendo o simplemente
escondiéndose bajo troncos caídos y hojas secas. De las copas de los árboles salían aves
multicolores o mamíferos trepadores que nunca había visto en su vida. Su corazón se
agitó al pensar en los animales mayores que pudiera encontrar.
Antes del medio día le cortó el paso un ser horripilante con rasgos de oso pero también
con características humanoides que emitía un chillido ronco que heló su alma. Aquella
bestia agitaba sobre su cabeza una enorme maza de hierro y su mirada estaba llena de
odio. Detrás de él apareció un decrépito anciano con la mirada perdida que llevaba una
calavera humana en su mano izquierda y un bastón en la derecha.
-Este podría ser – dijo el anciano dirigiéndose a la bestia – pártele la cabeza y revisemos
si tiene el rubí de Zefrán en su corazón.
El monstruo levantó su gran maza y se dispuso a darle un golpe certero a Devo en la
cabeza, sin embargo por un par de segundos pareció paralizarse y el joven aprovechó
para hundirle la daga en el vientre. Se oyó un rugido abominable y una sustancia
negruzca salió de su abdomen. La bestia estaba aterrorizada. Un segundo chillido se
dejó oír. Esta vez se trataba de la voz del anciano que igualmente aterrorizado gritaba
instrucciones a la bestia en un lenguaje desconocido para Devo. Aquel monstruo
humanoide sufrió una increíble transformación. Enormes alas de murciélago salieron
de su espalda. La sangre negruzca se extendió por todo su cuerpo como si se tratara
de diminutos insectos que luego se ordenaron y formaron una formidable coraza de
escamas. Una cabeza reptiliana emergió de su rostro simiesco y una gran cola de dragón
se agitó en el aire mientras el anciano subía a su lomo y le daba la orden de alejarse. La
bestia obedeció y con un confuso aleteo se abrió paso entre el follaje alto de los árboles
y los dos desaparecieron.
En su prisa el anciano había dejado la calavera en el piso. Devo la inspeccionó y con
asombro notó que tenía una inscripción en los jeroglíficos antiguos que había aprendido
de su abuelo. En medio de su confusión leyó el mensaje: “El rubí de Zefrán se encuentra
oculto en un corazón. Tu misión es encontrarlo y llevarlo a su legítimo dueño”.
Al leer esto, comprendió con horror que una maldición había caído sobre su ser. Ahora
sería él, Devo, quien debería buscar el rubí en el pecho de toda persona que encontrara a
su paso. Vagaría por el bosque de Sael hasta hacerse viejo y encorvado y tal vez tendría
que domesticar a su vez una bestia que le sirviera como asistente en su macabra misión.
Una gran desolación se apoderó de su alma. Pero sus melancólicos pensamientos se
vieron interrumpidos por un zumbido ronco que aumentaba de volumen. Al voltearse
se encontró ante un peligro peor que la bestia mutante. En los árboles detrás de él
había un ejército de extrañas criaturas de color naranja con vetas plateadas del tamaño
de ardillas con alas de avispa cuya boca terminaba en una especie de tubo por el que
disparaban dardos de luz dorada. Había miles de ellas, y fue la amenaza de tales dardos,
y no la pequeña daga de Devo la que aterrorizara tanto a la bestia y su amo. El zumbido
aumentó en frecuencia y un enorme enjambre de aquellas extrañas criaturas elevó
vuelo y comenzó a dispara a diestra y siniestra sus dardos. El zumbido de sus alas era
insoportable así que Devo se cubrió los oídos y cayó de rodillas pensando en lo triste
que estaría su padre por su no regreso. El bosque se iluminó con un resplandor dorado
que hería también los ojos, así que aquel joven aspirante a chamán ensordecido y
enceguecido cayó al piso en posición fetal para esperar su muerte.
Los diminutos dardos penetraban los tejidos de su cuerpo y por unos minutos todo
fue confusión. Cuando cesaron los dardos y el zumbido se extinguió, Devo abrió los
ojos y comprobó que no estaba muerto. A su alrededor todo parecía haber cambiado,
ahora comprendía el aroma húmedo de la tierra, escuchaba el canto de las hojas, el
cielo se le presentó ante su mente como un espíritu protector, el arroyo cercano fue para
él el llamado de una madre. Se sintió fuerte y valiente y su luz interior parecía haber
aumentado también. Su mente adquirió una claridad excepcional y comprendió los
misterios de que hablaran las leyendas. Los dardos de luz tenían la curiosa propiedad de
aumentar las virtudes o defectos de sus víctimas. Era tiempo de regresar.
Escaló la colina sin esfuerzo y estuvo de vuelta en la aldea antes del atardecer. Al
abrazar a Safo sintió que la maldición de la calavera había terminado también, ya que
aquel codiciado rubí había estado siempre en el corazón de su padre y él, Devo, era
su legítimo dueño pues en el lenguaje secreto del bosque sagrado la palabra Zefrán
significa amor filial.
(*) Pacelli Torres Valderrama, Profesor Universitario, ganador del Concurso de Cuento de
RCN- Ministerio de Educación y del Concurso "Vivencias", organizado por Editorial OROLA de
España.